La Educación Subversiva: Es ayudar a los estudiantes a crearse ellos mismos, ayudar a las personas a perder el miedo de ser las personas que ellos (as) quieren ser, ahora que esas personas hagan siempre lo correcto por convicción propia y respeto a los demás. Por: Leonardo Garnier Rimolo. Ha sido vice ministro y ministro de Planificación y Ministro de Educacion en dos periodos y por encima de esto un gran ser humano. Por ello, uno de mis profesores favoritos.

Pueden buscar la charla en YouTube. Bajo el titulo de Educación Subversiva por Leonardo Garnier Rimolo.

Independencia y educación: saber construirse a sí mismos

Leonardo Garnier Rimolo. Ministro de Educación en Costa Rica

La educación debe ser subversiva en un sentido muy preciso: debe constituir el proceso mediante el cual, con el apoyo y la guía de sus docentes, nuestros estudiantes se van construyendo a sí mismos, se van convirtiendo de manera consciente en las personas que quieren ser.

Para lograr esto, la educación tiene que plantearse tres grandes objetivos. El primero, es que los estudiantes aprendan lo que es relevante, y que lo aprendan bien. Que desarrollen la capacidad de hacer suyos los conocimientos que necesiten y de utilizarlos en forma creativa e innovadora; que cuenten con la sensibilidad y las destrezas necesarias para indagar, para investigar, para leer, para cuestionarse, para analizar, para reflexionar críticamente sobre todo aquello que estén aprendiendo, y para aprenderlo bien.

Aprender debe ser hermoso, debe ser apasionante. Nuestras niñas, niños y jóvenes deben encontrar en sus escuelas y colegios el ambiente ideal y el apoyo necesario para gozar de esa aventura del aprendizaje. Pero no les hagamos creer que es una aventura fácil: no es fácil el aprendizaje que se requiere para convertirnos en personas realmente independientes, personas con juicio propio, con sustento válido para esos juicios, personas capaces de tomar los conocimientos, las técnicas, las opiniones, los juicios y ¿por qué no? también los prejuicios... y combinarlos en un ejercicio de análisis y reflexión crítica que les permita forjarse sus propias conclusiones.

Construirse uno mismo puede ser un acto apasionante, pero no es fácil: no se logra sin esfuerzo, sin trabajo sistemático, sin disciplina. Esto es algo que cualquier atleta entiende, que cualquier artista entiende, que cualquier científico entiende: no basta el talento cuando no se acompaña del esfuerzo y de la pasión. Esto debiera entenderlo también cualquiera que aspire a lo que todos debemos aspirar: a convertirnos, día a día, en mejores personas, a parecernos más, cada día, a la persona que queremos ser.

Por eso, al objetivo de aprender lo que es relevante y aprenderlo bien, le sumamos otros dos objetivos: aprender a vivir y aprender a convivir.

Algunos dirán que a vivir se aprende viviendo, que esa no es tarea de la educación. Craso error. Vivir bien es un arte. Vivir bien es una ciencia. Vivir bien, exige una ética. Y no se aprende fácilmente a vivir bien, a llevar una vida buena.

La educación debe apoyar a cada nueva generación para que, al construirse a sí mismos, aprendan a vivir cada vez mejor, disfrutando plena y responsablemente de la vida. Y utilizo estas palabras en forma consciente e intencionada: el disfrute de la vida debe ser indisolublemente pleno y responsable. De eso trata, precisamente, el concepto de libertad o, si se quiere, de eso trata la independencia: de encontrar esa delicada síntesis entre el disfrute pleno y libre de nuestra vida, y vivirla responsablemente.

Nuestro tiempo parece ofrecernos más que cualquier otro tiempo para eso que algunos entenderían por "vivir bien". No son, sin embargo, buenos tiempos para aprender a vivir una vida buena. Vivimos tiempos para lo efímero, tiempos para lo aparente, tiempos para lo trivial, tiempos propicios para quien solo vive de las apariencias. Bien lo dice Mario Vargas Llosa en su provocador ensayo sobre "La civilización del espectáculo", vivimos en un mundo "donde el primer lugar en la tabla de valores vigentes lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal". Es por eso - nos dice - que prevalece una cultura light: "La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector y al espectador de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con un mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende de avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción".

Esto es paradójico, porque en realidad, nada le importa más al ser humano que importarle a los demás, que ser querido y respetado por los demás. Por encima de los aparatos y los chunches que podamos comprar para aparentar que vivimos bien, nos importa el afecto de alguna persona cercana. Más allá de los puestos que podamos escalar para sentirnos y hacernos sentir importantes ante miles de extraños, nos importa el respeto de alguien a quien respetamos. Y mucho más profundamente que la complacencia y la autosatisfacción, está esa curiosa e íntima satisfacción que sentimos cuando hacemos algo por la más simple de las razones: porque nos parece que es lo correcto, porque está bien hacerlo... no por el premio o el reconocimiento público, no por el temor al castigo, sino simplemente porque es lo correcto. Es en ese momento que la independencia adquiere su más profundo significado: cuando libremente hacemos lo correcto, simplemente porque sí.

No se llega a esto fácilmente. Es algo que debe aprenderse, pero no se aprende con discursos o sermones, no se aprende - ya debiéramos saberlo - con premios y castigos. Se aprende con la vivencia, se aprende con el ejemplo, se aprende conversando en un diálogo abierto, se aprende conviviendo y reflexionando sobre esa convivencia, se aprende conociendo y respetando al otro, teniendo la capacidad y la sensibilidad de ponernos en su lugar, de sentir como el otro siente, de pensar como el otro piensa, de entender tanto lo que nos distingue como lo que tenemos en común. No para convertirnos en él... sino para algo más simple, pero esencial: para poder convivir, para poder vivir juntos en sociedad.

En eso se concentran nuestros esfuerzos desde el sistema educativo, en crear los espacios y los procesos de aprendizaje necesarios para que, paso a paso, y partiendo de sus raíces personales, familiares y locales, nuestros estudiantes se vayan convirtiendo en ciudadanos del mundo, en personas capaces de utilizar creativamente los conocimientos más avanzados de la ciencia y la tecnología, capaces de disfrutar y expresarse artísticamente con sensibilidad y destreza, capaces de enfrentar problemas y no arrugarse ante ellos, sino por el contrario, que sean personas dispuestas a recurrir tanto a sus capacidades y conocimientos como al trabajo conjunto con otros, para descubrir la mejor forma de enfrentar y resolver esos problemas y aportar así al desarrollo de todos. En fin, personas capaces de entender que su trascendencia radica, precisamente, en ser capaces de ver más allá de sus propias necesidades e intereses, y preocuparse genuinamente por los otros, por sus prójimos y por ese entorno compartido y frágil que nos sostiene a todos a lo largo de nuestra vida común. Para esa independencia educamos.

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